La llama que se enciende cuando la luz se va
Bajo el tenue resplandor de la luna, las historias parecen adquirir una dimensión distinta, casi mágica. Los secretos que se esconden durante el día encuentran un refugio seguro en la oscuridad, donde las emociones más intensas y los deseos más profundos emergen. María no creía en esas cosas, pero esa noche, todo estaba por cambiar.
María tenía una vida estructurada, casi predecible. A sus 29 años, trabajaba como diseñadora gráfica freelance, lo que le daba la libertad de manejar su tiempo a su antojo, pero también un constante desafío para equilibrar sus emociones. Había elegido un apartamento pequeño pero acogedor en el centro de la ciudad, lejos del bullicio, buscando paz después de años de relaciones fallidas y una vida amorosa que parecía más un campo de batalla que una fuente de felicidad.
Aunque su rutina diaria la mantenía ocupada, con proyectos creativos que le ofrecían cierto nivel de satisfacción, a menudo sentía el vacío de llegar a casa y no tener a alguien con quien compartir los pequeños triunfos o incluso las derrotas del día. Ese vacío era algo que prefería ignorar, ocupándose con libros, series y ocasionales reuniones con sus amigas.
Desde el día que se mudó, Alejandro había llamado su atención. Su vecino del piso de arriba tenía una energía que llenaba cualquier espacio. Con 42 años, un físico que reflejaba sus constantes visitas al gimnasio y una sonrisa que destilaba confianza, era difícil no notarlo. A menudo coincidían en el ascensor o en el lobby del edificio, y sus intercambios eran siempre breves pero cargados de una química latente.
María no era de las que se dejaban llevar por un rostro bonito, pero había algo en Alejandro que la intrigaba, una mezcla de seguridad y misterio. Lo veía regresar con bolsas de supermercado o salir para trotar al atardecer, y aunque nunca le había preguntado directamente, había escuchado a una vecina mencionar que estaba recién divorciado.
Todo cambió aquella noche. Una tormenta inesperada dejó al edificio sin electricidad. María estaba sola en su apartamento, tratando de leer a la luz de una vela, cuando un golpe suave en su puerta la sobresaltó. Era Alejandro, con una linterna en la mano y una propuesta: «¿Por qué no vienes a mi apartamento? Tengo una botella de vino y no es buena idea estar solos en una noche como esta».
María dudó un momento, pero aceptó. Su apartamento estaba iluminado con velas y, aunque sencillo, tenía un aire acogedor que reflejaba la personalidad de Alejandro. La conversación comenzó de manera casual, pero con cada copa de vino, las palabras fluyeron con mayor naturalidad.
Alejandro le habló de su divorcio, de cómo había sido una decisión dolorosa pero necesaria. Compartió cómo su exesposa y él habían crecido en direcciones opuestas y cómo, a pesar de todo, seguía creyendo en el amor. María, por su parte, confesó cómo había decidido alejarse de las relaciones tras una experiencia amarga donde el engaño había sido la causa principal de la ruptura.
Mientras la conversación se profundizaba, Alejandro comentó: «Siempre he creído que las conexiones más genuinas se sienten de inmediato, como si estuvieran destinadas». La frase resonó en María más de lo que quería admitir.
Cuando la tormenta amainó y el edificio seguía en penumbra, Alejandro se acercó a ella. «¿Sabes? Desde que te vi mudarte he querido invitarte a cenar, pero siempre pensé que eras demasiado para mí». María río nerviosa, y antes de poder responder, él la besó.
El beso desencadenó algo que ninguno de los dos podía controlar. Entre risas, besos y caricias, terminaron en el sofá de Alejandro. La tensión acumulada durante meses se estalló en un encuentro cargado de deseo. Cada movimiento era una mezcla de pasión y ternura, como si ambos estuvieran explorando un territorio desconocido pero ansiado.
Cuando el amanecer iluminó el apartamento, María se despertó acurrucada junto a Alejandro. Por un momento, todo parecía perfecto, hasta que notó un mensaje en su teléfono. Era de una vecina que había visto a Alejandro salir con otra mujer unos días atrás.
María no tardó en confrontarlo. Alejandro, sincero, admitió que estaba conociendo a alguien más, pero que no era nada serio. «No puedo explicar lo que pasó anoche, pero sé que fue especial», dijo, intentando calmarla. Para María, las palabras eran confusas. ¿Cómo podía ser especial si él tenía a alguien más?
Pasaron días sin hablarse. Alejandro intentó buscarla varias veces, pero ella evitó cualquier contacto. Sentía una mezcla de dolor y orgullo herido. Por primera vez en mucho tiempo, había dejado que alguien cruzara sus barreras, y ahora pagaba el precio.
Un día, tocó a su puerta con una carta en la mano. «No espero que me perdones, pero quería que supieras lo que significas para mí», dijo antes de marcharse. María leyó la carta con el corazón latiendo con fuerza. En ella, Alejandro describió cómo, desde que la había conocido, había sentido una conexión que lo hacía cuestionarse todo.
Después de leerla varias veces, María decidió darle otra oportunidad, pero con una condición: «Si vamos a intentar algo, será bajo mis términos. No más mentiras ni juegos». Alejandro ayudó, y aunque el camino no fue fácil, ambos comenzaron a construir algo más real y honesto.
Bajo la luz de la luna, donde todo comenzó, María y Alejandro se sentaron en el balcón del apartamento, compartiendo un silencio cómodo. Aunque sus caminos habían sido complicados, esa noche ambos sabían que, al menos por ahora, estaban exactamente donde debían estar.